El fin de la pareja.

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El fin de la pareja

Sueños, expectativas, deseos, proyectos, idealizaciones. Depositamos mucho en una relación de pareja. Nos entregamos. Pero cuando se termina, algo muere dentro nuestro.

Todos hemos pasado alguna vez por una ruptura de pareja. Desde que soy chiquita me enseñaron que existe una princesa en busca de un príncipe. Que se casan, comen perdices y son felices para siempre. Pero el amor real no tiene nada que ver con eso. Es imperfecto, por momentos duele, cuesta, exige y tampoco dura necesariamente hasta que la muerte nos separe. El punto es, ¿cómo reconocemos cuando ya no somos felices y no tenemos fuerzas para lo que una relación demanda?

El amor no implica sufrimiento. El conflicto se da cuando el amor ya no está e igualmente nos esforzamos por sostener una relación por la que ya no sentimos ganas de trabajar. El amor se siente o no se siente. Pero cuando forzamos algo que no sentimos, creamos dependencia emocional, sufrimiento y alimentamos la falta de amor propio. 

He identificado un proceso que, aunque no es lineal, sucede, en general, cuando algo se rompe: no queremos aceptar que la relación ha acabado. Peleamos contra esa nueva realidad y nos ubicamos en un lugar de víctima.

Así, nos alejamos de nuestro verdadero yo. Salir de esta fase es muy difícil si conscientemente no elegimos hacerlo.  Superar un duelo requiere aceptar cómo son las cosas y que no tenemos el control sobre esta situación en particular...ni sobre ninguna otra.

Aceptar

Aceptar es difícil, pero no imposible. Entrar en la fase de aceptación y asumir cuál es nuestra nueva realidad, nos permitirá avanzar, volver a entrar en movimiento y entender que somos responsables de definir qué haremos con eso que nos sucedió. 

Aceptar requiere valentía y nos habilita a sentirnos verdaderamente liberados para poder integrar la experiencia, aprender de ella y seguir adelante.

En mi caso, cuando entré en la etapa de aceptación volví a tomar las riendas de mi vida. Esto me dio mucha libertad y me hizo consciente de algo que, aunque pueda sonar obvio, muchas veces olvidamos: que somos responsable de gestionar nuestras emociones y de construir la vida que elegimos para nosotros


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